viernes, 27 de enero de 2012

martes, 24 de enero de 2012

Christian (Louboutin)

Christian Louboutin

Cuando el otro día, a propósito del tercer aniversario de la versión portuguesa de este blog, decía que hacia “tres años de una escena tosca”, no buscaba aumentar el encanto a través de cualquier efecto negligée. Entre otras cosas porque, objetivamente, no “negligencio” nada de lo aquí publico. Me refería esencialmente a la manera artesanal en que sucede todo lo que aquí aparece. Me refería esencialmente a la sencillez con que todo esto pasa.

Este fin de semana, mientras ojeaba una revista, reparé en una nota con media docena de nombres conocidos. No me fije en ninguno en particular, pero antes de pasar la pagina, reparé en que una de aquellas caras me era familiar. “Yo conozco de algo a este tío” pensé. “Yo he fotografiado a este tío” insistí en voz alta.

Me presenté, intercambiamos nombres y omitimos apellidos. Le debí decir lo mismo que le digo a toda la gente, y estábamos dando las manos, cuando me dijo:”¿Lisboa? Tengo una casa en Comporta!”. “Ah si?!”, exclamé. “Conozco Comporta muy bien, tuve una novia hace tiempo que también tenia una casi allí”. Recuerdo que alardeé ostensiblemente de la costa alentejana (donde está Comporta) y de haberle hecho tres fotos a él. Me debí presentar como “José” y supongo que él lo haría como “Christian”. Pero parece que le llaman Louboutin. Y parece que diseña los zapatos más bonitos del mundo. Confieso que siento un cierto orgullo infantil por tenerlo aquí. No tanto por tener aquí a Louboutin, independientemente de que sea quien dice ser, sino por haberlo fotografiado por ser quien es: Christian. El parisino con casa en Comporta. El parisino que llamó mi atención cuando subía a Madison que vestía con colores vivos.

Si me permiten la presunción, creo que este episodio dice mucho de este blog. Y si me permiten la insistencia, pienso que este episodio es la prueba de que todo esto es una escena tosca. Muy tosca


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miércoles, 18 de enero de 2012

jueves, 12 de enero de 2012

Carne de mi carne sangre de mi sangre

186 - Carne da minha carne sangue do meu sangue

La trenka que la abuela le regaló. Esa fue la excusa. Si no fuese esa sería cualquier otra. Desde que comencé El Sastre tenía ganas de fotografiarla. Pero como el entusiasmo parecía ser sólo por mi parte no insistí mucho. La llamé de lejos. Ella miro y yo disparé. Creo que no le gustó mucho verse. Azar, esa preocupación la tengo con otros. A ella la compenso de otra forma. La fotografía acentúa su aire juvenil. La imagen la muestra exactamente como la veo, y como es tradición con estas cosas, de la forma que probablemente la veré siempre. La diferencia de edad fue suficiente para que, muy naturalmente, el sentimiento fraterno diera lugar a un paternalismo latente que se fue retorciendo siempre para exprimirse de forma saludable y civilizada. Y creo que no me ha salido mal hasta ahora, siempre he brindado con una sonrisa afable a sus compañeros masculinos.
Creo que todo comenzó con los pañales. Yo tenía ocho años cuando se los cambié por primera vez. Así es como me enfrentaba a una dura realidad que no quería reconocer – las mujeres también cagan y las más bellas no son una excepción. Algo tenían que hacer ellas en el baño pero, por lo que se dice al respecto, siempre he pensado que aplicar la duda metódica de Descartes era del todo conveniente. No veo ni huelo, ¿por qué diablos tengo que creerlo? (no, joder, no intento convenceros de que leía Descartes con ocho años, sólo intentaba ser gracioso)
Tengo un lado de mi familia más unido, y otro menos. Hay familiares que me gustan más, otros con los que ni siquiera simpatizo. Nunca le he dado gran importancia a los lazos de sangre. No los escogí y no siempre me esfuerzo por cultivarlos. Con ella es diferente. En fin ... supongo que con ella es todo diferente. Nunca he sido padre y no creo que ese día esté cerca, pero desde que ella nació siento su olor. Es carne de mi carne y sangre de mi sangre. Y cuando recurro a aquel ejercicio infantil para entender cuanto te importa lo que quiera que sea a través de lo que estás dispuesto a hacer por lo que quiera que fuese, me da por pensar en el motivo por el cual sería capaz de matar, y se me ocurre uno de inmediato – ella.
A veces vivimos con las personas pero no las conocemos a fondo. Apuesto a que la mitad de nuestros problemas en las relaciones vienen de ahí. Es la atención. (Y el tacto, no echan de menos el tacto? Joder, no menosprecien nunca la importancia del tacto) La atención que damos a los otros. O la falta de ella. Y yo, amándola como la amo, debo haber perdido en algún lugar el rastro de atención (su tacto nunca, acariciarla fue siempre mi deporte favorito). Sólo la puedo haber perdido porque hubo un día que una circunstancia inesperada nos dejó solos en un final de tarde de playa. (Podemos pasar allí el día entero pero los mejores momentos tienen que suceder siempre al final del día, ¿no es verdad?) Y hablamos. Sobre el amor, la vida, los sentimientos, los padres, tragedias familiares y otras cosas más. Y ese día os juro que sentí una cosa en el pecho. No es ninguno de esos recursos estilísticos entupidos. Sentí mismo, a mi hermana, con la que he compartido el dormitorio en dónde todavía duermo; mi hermana, que me dejó con nauseas cuando me comunicaron su primera menstruación; mi hermana se había convertido en una mujer deliciosa. La escuchaba hablar de papá, de mamá, de papá con mamá, de mamá con papá, de la abuela, de la hija que no habla a la abuela, del abuelo que nunca conocimos, del accidente, de las tías, de la muerte de las tías, del amor, de pequeñas sensibilidades y de todas esas mierdas que nos aprietan el pecho. Escuché y me emocioné. Es verdad, soy un pedazo de maricóide con estas mierdas pero no acostumbro a andar por ahí lloriqueando. Pero en aquel día no aguanté. Ella vio mis lagrimas y me pasó su mano – la palma, no el dorso – por la cara, cerrándome los ojos con la punta de sus dedos como si, en aquel momento, fuese ella quien protegiese y tomase cuenta de su hermano vulnerable, ocho años mayor.
La trenka que la abuela le regaló. Esa fue la excusa. Si no fuese esa sería cualquier otra . Porque yo no necesito excusas para hablar de mi hermana. Por algún motivo es la primera vez que me emociono al escribir un post. Por algún motivo, antes de sentarme aquí, ya sabía que esto iba a acabar así. Esta mierda no se explica. No tiene porque explicarse. Es así mismo. Y os juro, yo ya sabía, ya sabía que iba a acabar así

miércoles, 11 de enero de 2012

Priscila

Priscila

Si, se llama Priscila. Y la podéis conocer mejor aquí


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miércoles, 4 de enero de 2012

Felinos por Manhattan

Manhattan leopards (1)
Manhattan leopards (2)

(y el primer felino canta)


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