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miércoles, 30 de noviembre de 2011
domingo, 27 de noviembre de 2011
lunes, 21 de noviembre de 2011
¿Si “Madrid me mata”? Ahora te explico por qué
Me cae bien D. Juan IV de Portugal, el rey que nos trajo la independencia a los portugueses. De verdad que sí. Y como el uno de diciembre (fecha en que se celebra este hecho). Y como respectivo festivo, a costa del cual suelo aprovechar siempre para escabullirme hasta vuestro país. Me encanta todo esto. Os lo juro. Casi tanto como insultar a jugadores de hockey españoles en aquellas finales ibéricas que acababan indefectiblemente a stickazos. De verdad que sí. Pero ni siquiera así sentí nunca odio por España o le prometí menos simpatía de la que siempre le tuve. Le dediqué plegarias siempre que asistía a más de una hijoputada de ETA y se me caían las lágrimas mientras veía el caos en Atocha, meses después de haber dormido allí encajonado entre los sacos de dormir de las dos francesas con las que fui a Marruecos. Aplaudí las películas, besé a sus súbditos y traté de “cabrón” a amigos que hice en el viaje. Hasta la lengua os respeto. La misma con la que la mía comparte “un montón” de proverbios. Aquella que no siendo la más bonita es ciertamente la más expresiva. No escuché nunca un idioma donde cualquiera que fuese el mensaje éste me sonase tan genuino o pujante como en castellano. Como si lo que quisiera que se verbalice en castellano jamás pudiese ser reproducido con igual vigor en otro idioma o dialecto. Pero curiosamente, nunca lo encontré tan bonito como en Mar Adentro donde aquella amalgama de personajes que mezclan gallego y castellano me hacen pensar que éste último salió favorecido por la suavidad de un ADN lusitano que parece planear allí en algún lugar. Y en esta foto, como en todas las que hice a mujeres españolas, lidié antes que nada con cinco segundos de desconfianza. La desconfianza de quien necesita mirarme con cuidado para entender si aquello que le digo tiene o no sentido. Porque al contrario de lo que se piensa no soy yo el que mira por encima del hombro a aquellos que fotografío. Son ellos quienes me examinan a mí, como determinando si tiene sentido para ellos el que yo tenga un blog donde publico imágenes de personas cuya apariencia me atrae. Afortunadamente no es agosto y la temperatura no ronda los 40º. Gracias a Dios no llevo chanclas y camiseta de tirantes. (Afortunadamente) no me corre una gota de sudor por la frente. Porque tal vez así ella no me creyese. Porque parece ser mi cuidada apariencia la que la hace deliberar consigo misma “que está diciendo la verdad”. Y decide entonces aceptar una sugerencia con una sonrisa. Y todo esto no fueron más de cinco segundos, en los cuales ya le consigo leer la mente. Le sugiero que dé unos pasos a un lado -“el encuadramiento es importante” le aseguro – y comienzo a fotografiar- Le hablo mientras disparo y me doy cuenta de que ya dejó atrás la vacilación que hacía poco la dominaba. Ya se olvidó de aquellos cinco segundos en que se entretuvo cuestionando quién “coño” era aquel portugués y cuales eran sus intenciones. Le muestro el resultado y me grita “¡qué chulo!” mientras me agarra el brazo y balancea el cuerpo hacia atrás. Y lo hace con los ojos rasgados, no por ningún exotismo étnico sino por la sonrisa que esboza y les confiere aquella forma. Nos despedimos “encantados”.
Pero no siempre acaba así. Y es aquí que Madrid crece para mí. Es aquí que Madrid me parece que dice “quédate por aquí”. Es cuando me hacen preguntas. Cuando acaban diciéndome “dame tu número”. Cuando me escriben al día siguiente “hemos quedado para tomar algo en Calle Ponzano (…) Puedes venir con quien quieras”. Y me descubro bebiendo los gin tonics de los que me privo en Lisboa en una fiesta casera a la que fui invitado por alguien que me fue presentado por la persona a la que fotografié el día anterior. Mi amigo Gonçalo y yo intercambiamos impresiones sobre financiaciones y proyectos con un yuppie veterano que acabamos de conocer. Estamos fascinados por aquel encanto post-40. “Tu mujer es lindísima” le decimos en medio de la conversación. “No pasa nada...” porque él es lo suficientemente inteligente como para distinguir un halago de una provocación. Y todo esto comenzó porque alguien me llamó la atención, alguien a quien me gustaría traeros aquí. Estamos por el barrio de Salamanca pero alguien se acuerda de que a esa hora la fiesta de máscaras que Mercedes está dando en Malasaña ya debe estar al rojo vivo. Ahora ni siquiera estamos en las manos de un madrileño. Es una parisina emigrada, amiga de alguien que nos fue presentado, quien nos guía por la ciudad. Madrid es esto mismo. Y por eso realmente me cuesta siempre dejarla. Mercedes vive con un tipo que pasa la mitad del año en Miami. Le confieso que su segunda ciudad no me da buenas vibraciones pero él me asegura en un tono medio demente, mientras señala a una Cleopatra neumática que se pasea por la habitación, “¡¡te gustaría (R)osé, te gustaría!!” Al día siguiente tengo números grabados de personas de las que no me acuerdo y doy cuenta de los intercambios de mensajes que, a la luz del día, no tienen mucho sentido. Para esto no necesito ir a Madrid. Pero para conocer a cien personas en una noche y quedarme con el contacto de veinte tal vez. La ciudad no para nunca y quien está allí tampoco. Quizá una estancia prolongada nos hiciera caer en el vacío pero no puedo dejar de pensar para mí – olvido que hago de este tiempo de abolición de privilegios y derechos – si no deberíamos todos tener derecho a vivir allí durante unos meses. Unos meses que fueran una porción de tiempo necesaria para poder disfrutar del viento en la cara sin que tenga que efectivamente hacerse sentir. El viento creado por la sucesión de episodios y el correspondiente cambio de escenario que cada situación nos exige. Porque una brisa en la cara al tiempo que caminamos por la calle es quizá la sensación más liberadora que conozco. Porque siempre que voy a Madrid puedo sentirla, hasta incluso en el calor asfixiante de ese verano continental. Hasta incluso, meteorológicamente hablando, en su evidente ausencia. Porque siempre que voy a Madrid regreso de allí loco. Y me sorprendo murmurando conmigo mismo “respira Zé... respira fundo”. Porque en Madrid, no da tiempo ni siquiera a hacerlo. Porque en Madrid, cuando damos por terminada una buena historia para contar, ya nos encontramos con otra y al tercer día ya se hace difícil recordar con exactitud qué diantres nos sucedió el primero. Es frenética, y no parece parar nunca. Porque si andas por Madrid y no te estás divirtiendo... en mi opinión, algo malo pasa contigo.
Ya estoy en Lisboa y, mientras trato de coger un taxi, todavía insisto conmigo mismo “respira Zé... respira fundo”. No me sirve de nada, no pasó aún el tiempo suficiente para conseguir hacerlo
miércoles, 16 de noviembre de 2011
martes, 15 de noviembre de 2011
Sami fue mami
Pero antes de que fuese mami la fotografié tres veces. Las tres veces que la encontré por Madrid. Tres veces en las que no imaginé que acabaría escribiendo en castellano. Tres veces. Primero en Serrano, después en Francisco Silvela y por último, ya embarazada y con el kimono de su infancia puesto, en Velázquez con Ortega y Gasset. Y todas las veces la miré como una chica con estilo. Una chica que sabe lo que hace... mientras se viste
domingo, 13 de noviembre de 2011
jueves, 10 de noviembre de 2011
martes, 8 de noviembre de 2011
domingo, 6 de noviembre de 2011
miércoles, 2 de noviembre de 2011
Gala Gonzalez
Gala es de A Coruña y vive en Londres, pero fue en Madrid donde la encontré. O mejor dicho, fue en Madrid donde - entre el hueco de los coches - reparé en los calcetines de la chica que iba por el otro lado de la calle. Y en algún momento, la chica de los calcetines (que entretanto se había pasado a mi lado de la calle) me dijo:
- Yo también tengo un blog
Y entonces volví a preguntar "¿cómo dijiste que te llamabas?" y ya riéndome de la coincidencia, le dije " Yo conozco tu blog". ¿Qué blog? Este blog
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