martes, 30 de abril de 2013
She's still sexy when she sweats
Creo que de niño, mi concepto de "ir bien vestido" me transportaba directamente hasta un momento envuelto en un halo de formalidad, muy probablemente, a un evento organizado para celebrar alguna ocasión especial. Me tuvo que ser transmitido, probablemente, por mi abuela o un amiga suya, a través de un comportamiento más o menos efusivo, más o menos empalagoso, un día de esos que tuviese el cabello irreprensiblemente peinado, y en el que yo mismo, por las opciones que mis padres o yo hubiésemos tomado respecto a mi indumentaria, me sintiera más… "bien vestido". Ya en el instituto, me encontré con el concepto "tener estilo" y unos cuantos sinónimos (unos más ridículos que otros) que, imagino, conferían un aura cool a quien lo decía. Y "estar bien vestido", "tener estilo" o como quiera que queramos llamar a alguien que, por la forma en que se nos presenta, nos cautiva visualmente (por motivos que van más allá, objetivamente, de una determinada anatomía corporal o facial) dejó en mi cabeza, de ser prerrogativa de un determinado día, ocasión o formalidad. Y cuántas veces he oído "debías fotografiar aquí o allí, porque las personas van así o asa". Cuando es, precisamente, en esos sitios donde se crea la expectativa de encontrar personas que hayan perdido más tiempo del habitual en pensar qué se ponen, donde menos expectativas o ganas tengo de fotografiar. Y esta fotografía me hacia falta hace mucho tiempo. Probablemente desde que, en el malecón de Carcavelos, me crucé con un par de amigos que me dejaron pensando algo así como "aquellos cabrones hasta sudando tienen buena pinta". Y es curioso porque fue cuando, precisamente, estaba sudando como la pareja que me había dejado pensando en esta imagen (diametralmente opuesta a aquella que siendo achuchado entre besos y abrazos, me hacia oír "¡ay! que guapo estas!") cuando vi a Sara y le dije que – por extraño que pudiera parecer- le quería hacer una foto. Y no quería hacerlo en otro contexto. Quería hacerlo, precisamente, cuando salía el gimnasio
miércoles, 17 de abril de 2013
jueves, 11 de abril de 2013
La belleza de las cosas sencillas
Cuando se es el autor de una publicación como esta, una de las peores sensaciones que se puede tener es sentir que no estamos a la altura de la situación. Y no estar a la altura de la situación es por ejemplo, no llevar la cámara cuando nos cruzamos con alguien que nos encantaría tener por aquí. No estar a la altura de la situación es sentir que tenemos un blog que ha cambiado nuestras vidas y no tenemos la deferencia ni siquiera de llevar la cámara con nosotros cuando salimos de casa. En el contrato social que tengo conmigo mismo como autor de este blog, en algún lado se decreta que nunca haré nada que no quiera hacer. Que no llevaré la cámara cuando simplemente tenga ganas de dar un paseo con las manos en los bolsillos, que no buscaré a alguien adrede ni aunque hayan pasado dos semanas sin fotografiar a nadie o no voy redactaré un texto sólo porque haga tiempo q no escribo uno. Y honestamente, creo que ese es el secreto para que vuelva a esta página con placer.
Tal vez no la visite o escriba tan a menudo como antes. Tal vez pase un mes sin consultar las estadísticas (que hace 2, 3 y 4 años verificaba diariamente) y tal vez una serie de pequeñas cosas que en el pasado me preocupaban, hoy ni siquiera me de cuenta de ellas. Pero hay cosas que no cambian. Y una de ellas es el gozo que todo esto me da todavía. El gozo que da salir a comprar pan, mantequilla o leche (o lo que me falte para el desayuno de un sábado) y hacer una(s) foto(s) de esta(s). Ese gozo que me hizo comenzar este blog. El gozo de cruzarme en algún lugar en esta capital (cada vez menos) periférica con personas que nuestro sentido diario entiende cómo "comunes". Ese concepto de persona que podemos encontrar junto a nosotros en la escuela, en un banco (institución financiera o asiento estrecho y largo, situado en un jardín), en una oficina, un estudio, en un taller o en un centro comercial. Ese concepto de persona que nuestra imaginación idealiza encontrar en el metro, tranvía, autobús, en un paso de peatones o en los semáforos.
Este tipo de persona que de tan genérico que es, deja de ser un tipo. Y en este momento recuerdo aquello que otrora pensé sería el propósito de este blog. Un elogio a la supuesta banalidad. Un elogio a lo que entendemos como "común" (12. adj. Corriente, recibido y admitido de todos o de la mayor parte. 3. adj. Ordinario, vulgar, frecuente ) [Diccionario de la RAE].
Y ahora que miro esta imagen (cuya simplicidad- unas botas y una gabardina- cumple tan bien con este propósito) y recuerdo que fue tomada un sábado por la mañana mientras esperaba que llegaran los panecillos que me servirían de desayuno, me di cuenta que de las 1001 cosas que me propuse hacer en la vida, este de elogiar la supuesta banalidad (y darle el valor debido a las pequeñas simplicidades de la vida), fue seguramente el que mejor cumplí
martes, 2 de abril de 2013
Al final el desequilibrio también es una cosa bonita
Una bonita secuencia de este desequilibrio puede verse aquí; otras imágenes más equilibradas de esta persona pueden verse allí
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