viernes, 27 de julio de 2012
Agustín
miércoles, 25 de julio de 2012
miércoles, 11 de julio de 2012
Silvia
martes, 10 de julio de 2012
viernes, 6 de julio de 2012
lunes, 2 de julio de 2012
El orgullo
No nací sabiendo lidiar con la diferencia. Debía tener unos 12 o 13 años cuando una mañana pase por la Secretaría de mi escuela. En la fila estaba el único chico de la escuela que nunca se molestó en negar que simpatizaba con chicos guapos. Lo recuerdo tanbien... Pasé y comenté en alto “as bichas na bicha”(el gay en la fila). Y lo hice con la sensación de que estaba proclamando el juego de palabras más sofisticado de la faz de la tierra. Se encendió la mecha de burlas y risas al rededor del niño que ya parecía lidiar con colegas estúpidos como yo como si de un hecho inevitable se tratara. No hace mucho tiempo me crucé con él de nuevo, y finalmente fui a hablar con él y le dije "lo siento... se que en la época de la escuela fui un poco estúpido contigo". Me extendió la mano, sonrió y, en verdad os digo, sentí que finalmente me había portado como un hombre.
La censura social puede ser, muchas veces, más castradora que cualquier ley. Estoy seguro de que el número de carreras que se jactan de hacer en la autopista entre Lisboa y Oporto (¿o Madrid y Barcelona?) al doble de lo permitido por la ley, disminuirá brutalmente, no el día en que las penas se agraven, sino el día que sientan que el indicador de su velocímetro no merece la aprobación de quienes les rodean. Y parte del problema de la intolerancia sexual radica precisamente en el hecho de que, en muchos medios considerados como sofisticados, se cultiva una cierta homofobia. Radica en el aparente orgullo que parece existir entre quien es rechazan cualquier diferencia relativa a su propia condición. Me da la sensación que la homofobia es para muchos hombres, una forma de afirmación de su propia virilidad, como si el rechazo de una orientación sexual diferente ala suya les asegurase, al mismo tiempo, niveles olímpicos de testosterona y el reconocimiento de su masculinidad por sus iguales.
Para un niño el sentimiento de marginalidad es probablemente el escenario más aterrador que se le puede diseñar. En un entorno homofóbico, cualquier adolescente que sienta atracción física por alguien con quien comparte el vestuario se arriesga a sentirse aislado en un mundo que no parecerá diseñado a su medida. Arriesgarse a sentir que, él mismo, no tiene ningún lugar en el concepto de condición humana que le trasmitieron y que él mismo asimiló. Así es cómo imagino a una chica que se da cuenta de que su ser la impulsa hacia una referencia corporal femenina al revés de las idealizaciones masculinas que el mundo en que ella suscribe le imprimen. Y este derecho, el de proyectar los impulsos sexuales que nos impulsan sobre el género, que bien entendemos debería ser un derecho inalienable, tal como... (repito, tal como) el derecho a la declaración pública de nuestros afectos. Y sinceramente, dispenso grandes erudiciones o reflexiones académicas sobre la materia. La respuesta se encuentra en el mundo físico, tangible y accesible a todos. Porque mi orientación sexual se expresa a través de una cosa muy sencilla – mi polla. Porque ni el conductista más elocuente conseguiría convencerme de que mi sexualidad no siempre acaba siendo controlada por ella. Porque ella nunca me dio a escoger sobre los criterios que determinan su erección. Porque ella nunca me preguntó si yo quería o no sentirme Cachondo por las mujeres. No escogí que me gustaran las pieles sedosas, brazos delicados o contornos femeninos. No escogí, en mi infancia, tener amores platónicos con mis primas más mayores, sentirme atraído por las amigas más nuevas allí en casa, o ya en la adolescencia, tener sueños húmedos con la hija de unos amigos de amigos con quien me crucé en una fiesta. No escogí ser muy o poco normal a los ojos de los demás. No escogí que me gustaran las mujeres. Como tampoco podré escoger para mi hijo. No os voy a mentir. Mi tipo ideal de descendencia no pasa por tener un hijo gay. Me gusta pensar que mi hijo saldrá con la mitad de las chicas de Lisboa y tendrá a la otra mitad la suspirando por él. Que será respetado entre su grupo de iguales, que preferirá recibir unas bofetadas a girar su espalda a un capullo que lo insulte; que será inteligente, guapo, dotado de sentido del humor y, entonces, que no será el capullo que, invariablemente, pase todo el partido en la portería. Tengo derecho a trazar los ideales tipo que bien entienda para mi hijo. Lo que no me permitiría sería quererlo menos si él no fuese nada de lo que yo tuviera ideado. Si fuese el niño a quien recurrentemente roban la merienda en el recreo, a quien ordenan que pase el partido entero en la portería o aquel que venga un día y le gusten los chicos.
El desfile es un fenómeno impresionante. Y estaba realmente impresionado con la cantidad de (supuestos) "maricones" que vi aquel día. Vi decenas de autobuses en la Calle de Alfonso XII que renunciamos a recorrer por el medio. Pedí autorización para subir a aquel cuya imagen más me había gustado y tiré media docena de fotos indiscriminadamente. Y fue en este autobús donde nació este post. Y estoy contento de haberlo escrito. Porque si lo hice fue porque aquello tenía sentido en este blog, es escribir sobre lo que cada uno de mis retratos me dice, sobre lo que cada uno de estos retratos me recuerda y sobre cada uno de los sitios donde estos retratos me trasporta. Porque, en verdad, el orgullo que da el nombre a este post no es necesariamente el orgullo gay. También es el orgullo que tengo al haber escrito este post. Porque si dejo a mis amigos homofóbicos comiéndose la cabeza es señal de que ya valió bien la pena haberlo escrito. Porque si no hubiese tenido el coraje de haberlo escrito, entonces sí... Independientemente de mis apetitos y voracidades sexuales... Si cualquier miedo me hubiese impedido escribir este post... Ahí sí, ahí sería un grandísimo maricón