Fui por primera vez a Pitti Uomo. Una marca me pidió que hiciese fotos de todo el ambiente. La feria es brutal, hay marcas interesantísimas y visitantes también. Pero confieso que me sentí abrumado por tantas cámaras, lentes y fotografías. Tanto es así que lo que menos me apetecía hacer allí era fotografiar a nadie. Como si todo aquello estuviese, de alguna forma, en las precisas antípodas de momentos como este o aquel. Como si todo aquello desconociese que es posible, de verdad, encontrar gente inspiradora en los sitios más inusuales. En cualquier lugar del mundo donde a quien quiera que abordemos verdaderamente extrañe nuestra petición. Incluso llegando a desconfiar de ella. Pero que después de 30 segundos de conversación y una sonrisa genuina acabe por dejarse fotografiar por un extraño. Cuando vi a Michael junto a aquellas escaleras, pensé que era una de las pocas imágenes que podría haber sido tomada lejos de aquella confusión, de todo aquel bullicio, de toda aquella feria de vanidades con pelos en la cara . Y cuando, al día siguiente, le vi otra vez allí, entendí que todavía quedaban por capturar un par de momentos más y le dije:
– Creo que resultará difícil de creer pero tus fotografías son las únicas que
quiero para mi blog.
Sólo él, en cada uno de
los días que la feria duró. Sin pompa, ni circunstancia, ni la más leve
edición. Sin esperar siquiera a que desocupasen la escalera. Sólo él, en las
escaleras que conducían al stand de la marca
de la que forma parte