Estas fotos no son nuevas. Las publiqué aquí el 14 de junio de 2011, habiendo sido tomadas días antes en
Madrid, pero precisamente el 10 de junio. La primera conclusión – poco
favorable hacia mi persona – es que, en pleno día Portugal y de las Comunidades
Portuguesas, iba paseando por la capital del reino que más atentó contra la
soberanía portuguesa. La segunda – aparentemente insignificante pero de
relevancia científica estos días – tiene que ver con la relación entre el
aspecto primaveral/estival de Fabrizio y el tiempo que hacía en Madrid. Según este informe meteorológico, a las 11:59 h, hora en que tomé estas fotos, estaríamos 21°C. Siendo que la temperatura máxima en Madrid, el 10 de junio de 2011, llegó a los 25°C.
El orden de las fotos en la
publicación original es precisamente contrario al de hoy. Porque visualmente
hablando, el detalle no se antepone al todo. Y porque humanamente hablando, por
muy impresionantes que fueran los zapatos, tendría que haberme importado más la
identidad de quien los eligió, que la elección en sí misma. Hoy las
circunstancias son otras. La semana pasada, tal vez la más fría que Portugal
haya visto este invierno. Los planes de contingencia de Lisboa y Oporto fueron
activados, estaba nevando en Madrid y creo que, a estas horas, Fabrizio tendrá
los brazos y pies debidamente resguardados.
Esta madrugada estaba en la
Estação do Oriente (Lisboa) esperando el tren que me llevaría a Porto. Delante
de mí tenía una serie de personas abrigadas de todas las formas posibles e imaginarias. Gorros,
guantes, estolas, bufandas. Jerséis de cuello alto, pantalones de pana, abrigos
forrados con piel de oveja. Algunos de los que llevaban estas prendas iban,
sorprendentemente, con los tobillos desnudos. En algunos casos con calcetines
cortos (cuya extremidad era posible vislumbrar, entre los zapatos y la piel),
en otros la sensación era que no había calcetines en absoluto (pero les doy el
beneficio de la duda: los calcetines serían lo suficientemente cortos como para
no ser vistos por encima de los zapatos).
Cada uno de nosotros tiene una
percepción propia de lo que es caliente o frío y del calor o fresco que siente.
Cada uno tiene sus termómetros y termostatos (hay incluso quien permanece indiferente
a temperaturas extremas) y alguno de nosotros seguro ha pensado alguna
vez si iba vestido de más o de
menos para la ocasión, ya sea social o climatológica. Pero no me refiero a nada
de esto. A lo que me refiero es a una tendencia visual de la ropa que, para
mucha gente, se superpone a la razón de ser de la propia ropa. Me aventuré a
hacer algunas preguntas sobre la desnudez de los tobillos en pleno invierno...
Las respuestas alternaban entre una corriente negacionista ("no, no tengo
nada de frío") y la esclavitud estética ("no puedo verme de otra
forma"). ¿En común? Una ligera sensación de malestar cuando se les
pregunta. Generada, creo, por el reconocimiento interior de lo ridículo que es
dar vida a esta expresión visual con temperaturas cercanas a cero.
¿Qué si hay azotes más graves en
el mundo que una parte de la humanidad finja no sentir frío en el mismo sitio
que tantas veces se ocupó de proteger? Seguramente. Mientras que no sean responsables
de congestionar las urgencias de los hospitales, o del colapso del Servicio
Nacional de Salud, los tobillos de unos no interfieren en la vida de los otros.
¿Y no son estas personas libres de hacer lo que quieran? Claro que lo son. Pero
cuando millones de personas por todo el mundo, por razones de naturaleza
estrictamente visual, "dejan de tener frío" en la misma zona del
cuerpo que se han esforzado por abrigar durante toda una vida, algo está mal.
No deja de ser curioso que, en tiempos de libertad y autodeterminación sin
precedentes, seamos todos tan ovejas y... que me perdonen aquellos a los que
tengo cariño y aquellos a los que nunca he visto... tan profundamente idiotas.
P.D.: A pesar de la irrelevancia
de estos hechos, aquí los comparto. Hace 20 años, no había calcetines cortos.
Recuerdo doblarme los calcetines de tamaño normal para que – cuando iba con
pantalón corto – las cañas del calcetín no se vieran por encima de las
zapatillas que, desprovistas de su función, se quedaban abandonadas al estado
de ruido visual (anulado por dicho doblez). ¿No te lo dije? Te lo digo ahora. Buena parte de mis
calcetines son cortos. Pero repito: esa no es la cuestión (creo que insulto más
al lector al sentir la necesidad de explicarme, que corriendo el riesgo de
llamarle idiota). También tengo un montón de gorros en casa y no por eso los
llevo a la playa en pleno verano.