Siete tíos reunidos entorno a unos
filetes y unas cuantas cervezas. Uno dijo que era Los Angeles. "En L.A. vi
a las mejores tías de mi vida". Otros respondieron que Nueva York, Lisboa,
París o Estocolmo. Debieron decirse también Moscú o Londres en el barullo. ["L.A."
rugía otro echándose encima de quien por azar cayó a su lado, exhibiendo aquel
defecto irritante – tan bien descrito en este episodio de Seinfeld – de quienes
no pueden comunicarse con (la nariz) el prójimo a más de 5 centímetros de
distancia]. Parecía una de esos piques entre colegas, en que cada uno asegura
que el coche de su padre es más potente que el de los otros, o que su hermano
es más valiente que el de los demás. Porque al final, en cada una de aquellas
opiniones había una expectativa “don juanina”, deseosa de explicar una historia
sobre cualquier conquista rusa, francesa o americana con desenlace en su propia
cama. Y yo, medio convencido y medio con miedo:
-Madrid, tal vez Madrid.
Madrid tiene, la verdad sea dicha,
algunas de las mujeres más bonitas que jamás he visto. Nos damos cuenta de eso
recorriendo el Barrio Salamanca, al
final de estas tardes calurosas, cuando la temperatura baja y se consigue
caminar por la calles sin sudores o manchas y nos sentamos en una terraza. Y estaba
en Serrano conversando, cuando pasaron media docena de esas mujeres cuyo
recuerdo me había hecho pensar en Madrid como la ciudad ideal para la discusión
juvenil entre filetes y cerveza. Y tal vez, por el efecto de una banalización
de la belleza femenina, comencé a no hacerle caso. Como si ya contase con ella. Cómo si, al contactar con
ella de forma tan rutinaria ya sintiese además de, simple propiedad de la ciudad,
mi pertenencia también. Y he aquí que, al doblar la esquina de Ortega y Gasset,
vemos a Agustín. Y comenté en voz baja “parece Hemingway". Y, si la memoria no me falla, se lo dije
también a él que, como ya es habitual en estos momentos, estaba lejos de
tomarme en serio (como tampoco me tomó en serio la chica que sale en la portada de este libro, cuando le declaré excitado, mi pasión por su fotografía).
Pero ese fue el efecto. Un efecto
fuerte. Un efecto sobre quien se queda con la impresión de que "este tío
no puede estar simultáneamente tan bien vestido y relajado". Tan fuerte
que nos eclipsó. Nos eclipsó aquella vivencia ya tan asumida, que ganaba forma
de derecho adquirido, de cruzarnos con algunas de las mujeres mas más bonitas
de esta vida. Ellas mismas me servían
de pretexto para alejarme del close
talker y decirle:
Y si hay un tema que mi compañero de
paseo, y yo, nos tomamos muy en serio son las mujeres bonitas. Pero en aquel
preciso momento, a través de Agustin, parecía que la ciudad de mujeres bonitas
nos quería decir que valía mucho más que eso. Que valía más que cualquier
atributo que justificase ser mencionada en cualquier conversación juvenil entre
filetes y cervezas
1 comentario:
Gran post, acabo de descubrir el blog. Bss desde www.esta-de-moda.es
Publicar un comentario